Entrevista a Carlos M-Castro
- Telar Nicaragua
- 8 abr 2021
- 10 Min. de lectura

Imaginemos todas las dificultades que se interponen en el camino de un joven que un día, en un país como Nicaragua, decidió dedicarse de lleno a la literatura. Hablamos de un país donde gran parte de la población tiene enormes dificultades para acceder a educación básica de calidad, donde las opciones de formación literaria para un escritor son prácticamente inexistentes, donde además no hay un gran público lector, ni editoriales dispuestas a apostar en escritores emergentes. Ante todas estas dificultades del medio, es realmente un acto de proeza dedicarse con disciplina al desarrollo, muchas veces autodidacta, de la escritura y, finalmente, llegar a publicar un libro. Pero el camino no termina ahí. Carlos M-Castro (Managua, 1987) es un autor de la ya no demasiado joven Generación del 2000, etiqueta a veces polémica entre sus supuestos miembros, la cual, una década después de su final, ha logrado juntar una buena cosecha de obras publicada y entre cuyos nombres se encuentran Mario Martz, Jazmina Caballero, Rodrigo Peñalba, Alejandra Sequeira, José Adiak Montoya, Andira Watson, Luis Báez, Madeline Mendieta, entre otras y otros. Carlos publicó su primer libro Antropología del poema en la editorial Leteo en 2012. Desde entonces, ha publicado narrativa, poesía y crítica literaria en distintas antologías y medios literarios de Hispanoamérica. También ha incursionado, igual que otros autores de su generación, como instructor de escritura creativa, específicamente en procesos de corrección y edición de textos literarios. Actualmente, la convocatoria para su tercer taller está abierta,
en esta entrevista nos cuenta un poco más sobre esta iniciativa, pero principalmente, sobre las experiencias y reflexiones acumuladas en su trayectoria como escritor.
¿Cuáles dirías que son los 'temas obsesivos' de tu escritura y cómo los has visto mutar con el tiempo?
Las relaciones de poder, el lenguaje y la sexualidad humana, que alguno podría sentirse tentado a entender como un todo trinitario, han sido casi desde siempre los ejes temáticos en torno a los que orbita la escasa obra que llevo elaborada. En mis primeros traveseos con la palabra, la forma que privilegiaba era el poema; descubrí o creí descubrir la fuerza de la poesía y a través de ella, poco a poco, fui entendiendo que esos tres temas me iban a acompañar largo rato. Pero el poema, al menos en mi caso, suele poner de relieve mucho más evidentemente los asuntos lingüísticos, las broncas con el lenguaje, su capacidad de decir y, tal vez fundamentalmente, su incapacidad de hacerlo, sus carencias y falencias, su flacidez y pirotecnia fofa. De manera que, si bien en mi poesía —en la poesía que he publicado desde 2007, que fue cuando comencé a publicar cualquier cosa— puede verse alguna problematización del poder y, quizás más frecuentemente, de la sexualidad humana, creo que no ha sido sino hasta que comencé a explorar otros discursos, otras formas discursivas como el relato corto o el ensayo, el artículo, etcétera, cuando he sabido, mal que bien, dar cauce a esas otras preocupaciones, que bien llamás aquí obsesiones. Hasta ahora no he articulado ningún sistema coherente en mi escritura, pero creo que de alguna vez hacerlo estos tres ejes temáticos deberían ser tomados en cuenta para establecer vinculaciones dentro del (en ocasiones aparente) caos de mi escritura.
Te hemos visto incursionar en la poesía, la narrativa y la crítica literaria. ¿Cómo dialogan estos géneros entre sí dentro de tu escritura y tu pensamiento?
No solo dialogan, diría yo: duermen en la misma cama y se bañan juntos, toman largos paseos y cuando uno empieza a decir algo los otros completan la oración. Quiero decir: siempre he tenido muchos problemas para delimitar géneros. Y es algo que se manifiesta sobre todo —o de modo más evidente para mí que estoy de este lado del texto, atravesando el vórtice del artefacto mágico llamado letra— a nivel de lenguaje: cada vez que me enfrento a la composición de un ensayo o de un relato lo hago en tanto poeta, o sea siguiendo ciertos patrones rítmicos, buscando cierta desautomatización de lo real, rascando el fondo de la paila morfo-sintáctica... Sin embargo, la transfusión de fluidos intergenérica es, como cabría esperar, multidireccional. Mi visión del mundo se ha transformado desde que me dedico con mayor ahínco a la escritura narrativa, digamos que pensar la realidad en términos de relato latente comporta unos procesos mentales y una actitud ante el mundo circundante que facilita varios aspectos de la existencia práctica; y esta flexibilización neurogimnástica, para nombrarla de alguna manera, le revela otros caminos a la escritura poética, le da otros horizontes al poema en tanto ser errabundo y disconforme. La crítica, por su parte, es —o debería ser— una actitud inherente a cualquier proceso escritural; ninguna persona que escriba más allá de la lista de las compras o del formulario para obtener su documento oficial de identificación va a llegar demasiado lejos sin una actitud crítica y, primordialmente, autocrítica. Poner todos los pensamientos —poéticos, narrativos, críticos— en el estrecho corsé de las palabras constituye uno de los más potentes ejercicios mentales para despelucharse en este mundo alucinado y cuasicadavérico en el que se nos ha permitido existir o subsistir a cambio de ceder toda beligerancia.
3. ¿Cómo fue tu proceso de formación en Nicaragua, desde tu primer impulso por escribir hasta la publicación de tu primer libro?
Atropellado, hiperdesordenado, totalmente desestructurado. Cuando empecé a escribir, o cuando tomé consciencia de que escribir era algo más que un impulso o una rareza y de que formaba parte de mi ser, noté que alrededor había poco menos que un desierto. No había prácticamente ninguna guía, ningún maestro que orientara el camino. Ingresé a talleres de escritura, de los cuales el primero, que operó como una suerte de iniciación, fue el que impartía Iván Uriarte en la UNI; para entonces yo tenía poco menos de 20 años y estudiaba segundo o tercer año de ingeniería industrial, era 2005 o 2006. A ese taller se asomaba de vez en cuando Víctor Ruiz, que era por esos días estudiante de lengua y literatura en la UNAN-Managua, y de alguna forma su ejemplo me influyó (y no solo a mí, dos o tres que frecuentaban el taller de Uriarte hicieron lo mismo) para ingresar a esta última universidad, en busca precisamente de algo parecido a una formación literaria. Estudiando lengua pude un poco sistematizar lecturas, sobre todo de clásicos, y aprender los rudimentos de la crítica literaria, pero en cuanto a los recursos retóricos o estilísticos necesarios para la escritura, tuve que adquirirlos por mi cuenta, un poco instintivamente, un poco de forma autodidacta, a través de la lectura. Seguí, eso sí, participando en talleres; además del que ya mencioné, pasé por al menos una docena de ellos en el lapso de una década. Estos talleres contribuyeron, unos más, otros poco menos, a mi formación como escritor. Para cuando mi primer libro fue publicado, en 2012, ya había superado el tercer año de la licenciatura en la UNAN y mi rostro era conocido en casi todos los talleres que se organizaban en Managua. A esa formación también contribuyó, me parece, mi involucramiento en proyectos colectivos de revistas, organización de lecturas, encuentros de escritores... lugares todos estos que, junto con los talleres, permiten el intercambio de ideas, el tráfico de libros, la socialización de puntos de vista estéticos, el desarrollo —tal vez— de un espíritu crítico.
¿Cuáles son los principales retos y facilidades para que un escritor nicaragüense haga circular su obra entre lectores hoy en día?
El primer reto, que a veces no parece quererse discutir demasiado, es la ausencia o escasez de obra, al que debería añadirse, en un segundo peldaño productivo, una presentación no siempre adecuada de la misma (no hablo aquí del diseño de portada, aunque también tenga su peso, sino de cuestiones elementales de retórica y gramática, de carpintería editorial). Si suponemos que para un/a escritor/a nicaragüense sus lectoras/es naturales (mercado cautivo, pongámosle), son las personas que viven en Nicaragua, y que estas pasan de los seis millones, aplicando un caprichoso factor de 0.21 (multiplicando la tasa aproximada [a la baja] de alfabetismo con la de no-pobreza con la de población en edades entre 15 y 64 años), tendremos que hay poco más de un millón de posibles lectoras/es. Claro, es una falacia. Hay que ajustar gustos y necesidades. Sin hablar de hábitos. ¿Cuántos libros al año lee una persona promedio que pertenezca a ese grupo en Nicaragua? Pero el asunto aquí es que podría, teóricamente hablando, crearse o potenciarse un (digamos la mala palabra) mercado para los libros de estos/as hipotéticos/as escritores/as nicaragüenses. La cuestión aquí, me va a decir Fulanito Escritor, es que él no se dedica a vender libros, sino a escribirlos (él jura), y no puede negársele razón. De manera que obviamente lo que le haría falta a Don Escritor es un Menganito Editor que apueste por su (hasta ahora hipotética) obra. Repito: que apueste por la obra. Esto es algo tan obvio que hasta da vergüenza decirlo: en Nicaragua, salvo 1 o 1.5 excepciones, la industria editorial se dedica al penoso negocio de chuparle tinta y sangre a la gente que escribe. Y sí, claro, no estamos tal vez en la tierra de las Rowling y los Coelho, que van a pagarles la nómina completa; pero un poquito de madre, señores/as editores/as, un poquitito de madre, por favor: dejen de hacer pagar a sus autoras/es por los libros que les confían publicar. Lo cual nos lleva al anverso de la moneda. Ante la falta de industria editorial decente, a la persona que escribe en Nicaragua le quedan las vías de la autoedición, que hoy en día está al alcance de casi cualquiera con una obra, una computadora medianamente decente, conexión a internet, algo de capital (que, obvio es el mayor pegón, pero que igual puede recaudarse bajo diversos esquemas, todos legales, lo prometo), tiempo y mucha paciencia. Va: que todavía se puede decir que el Internet es una ventana hacia una diversidad de opciones. Gente que escribe, ni modo, toca ingeniárselas. Pero eso, ni de choña, resuelve la cuestión principal: ¿Cómo se circula la obra (publíquese como se publique)? Pues nada, a la antigüita: de puerta en puerta. Y, una vez más, esto le toca hacerlo a la misma persona que firma el libro. Nimodo. Esloquehay. (La puerta aquí, obviamente, puede ser virtual). Ahí otro día podemos platicar sobre las posibilidades de asociación entre la gente que escribe, de cara a incentivar la publicación y circulación (énfasis en circulación) de sus obras.

¿Considerás que en Nicaragua hay interés
por la literatura nicaragüense contemporánea?
Sí. No tengo evidencia alguna, pero lo creo. Hace ya nueve años se publicó mi primer (y hasta ahora) único libro: Antropología del poema, una colección de poemas no exactamente sencilla de digerir a la que, cosas de chavalo, le creé una página en Facebook más o menos por las mismas fechas. El tiraje, según mi editor, había sido de 500 ejemplares, de los cuales yo recibí 100 (que vendí en su casi totalidad) en calidad de pago por derechos de autor. Pues bien, a la fecha la mentada página en Facebook tiene 463 megusta; al principio yo le hacía algo de propaganda (nunca pagué publicidad), pero desde hace más de cinco años, nada o casi nada. Y los 'me gusta' se siguen acumulando (en lo que va del año, 11), sin que yo haga nada por mover el libro, y menos mi editor, que tiene poco más de tres años de haber fallecido (su negocio no lo continuó nadie). Ya sé que eso no prueba nada. Pero yo creo que sí, hay interés por la literatura nicaragüense contemporánea, y creo que ese interés proviene primordialmente del «mercado» interno. Al menos eso es lo que yo veo a través del comportamiento orgánico de la página en Facebook de mi libro. (Me pongo como ejemplo porque son los únicos datos duros que manejo y porque yo no soy exactamente el escritor nicaragüense más popular del mundo, de manera que cabría imaginar que otras personas tienen muchísimo más éxito).
En tu proceso de escritura, ¿cómo suele nacer, crecer, desarrollarse hasta terminar 'en el papel' una idea literaria?
Todo se acumula morbosa, tumoralmente, en algún lugar de mi interior o tal vez en la piel, en toda la piel. Rumio las ideas mucho tiempo. Dejo que se apoderen, rémoras, de mi psiquis, hasta que ne-ce-si-to deshacerme de ellas y las expulso al papel o la pantalla. Sin embargo, sobre todo porque yo nunca aprendí a escribir, eso constituye apenas un esbozo de borrador. Y el virus de todos modos queda dentro. Entonces sigo mi vida, o trato de seguir mi vida (que procuro no vincular enteramente con la literatura, porque asfixia), hasta que regreso a ese texto al que le hizo falta llevarse ácaros de mis pensamientos. Edito mucho, muchísimo. Un texto pasa por no menos de media docena de versiones, según su extensión, según su género, etc. Y en el camino, una vez que tengo una versión decente, me documento, leo sobre lo que interesa al texto, busco sus afinidades con otros textos (míos o ajenos), y sigo corrigiendo. Eso, en parte, explica que en casi quince años desde que publiqué mi primer poema no haya aparecido más que un libro mío.

Hemos visto algunos escritores de tu generación recurrir al espacio virtual para ofertar cursos de formación literaria. Pienso en Adiak Montoya, Alberto Sánchez, que desde hace mucho ha incursionado en la gestión virtual de la literatura, Luis Báez, Mario Martz, que han hecho cursos virtuales de narrativa, vos mismo con tus cursos de edición y corrección de textos. ¿Cómo percibís y explicás este fenómeno? ¿Qué significa el espacio virtual para las tradicionales carencias de formación literaria en países como Nicaragua?
Ideay, llegamos tarde a varios fenómenos, ¿no? En parte, supongo, no había suficiente demanda hace quince o veinte años como para rentabilizar los servicios derivados de la escritura en Nicaragua. Aunque también habría que señalar el retiro de buena parte de la financiación externa que, a manera de donativo, entró en el país por muchos años. Los sectores tradicionalmente acostumbrados a captar estos fondos (entre otros, el de las/os escritoras/es) se han visto forzados ahora a buscar otras vías de subsistencia, lo cual juzgo muy positivo. Nicaragua pareciera ser ahora terreno fértil para luchar por su auto subsistencia, al menos en ámbitos como este. Mal que bien, se ha creado una suerte de masa crítica en la literatura en particular y en la cultura en general que podría, con algo de suerte y mucho trabajo duro, dar origen a una economía naranja doméstica que, a la postre, traería beneficios para productores/as y consumidores/as, amén del entorno en que coexisten. Es una idea que merece ser explorada y explotada. Por otro lado, y como complemento, los espacios virtuales ofrecen como límite lo que la imaginación señale, y es en ellos donde, como ya se ha dicho muchas veces, la gente de los países con menos desarrollo industrial y menos recursos financieros puede competir de tú a tú (o de vos a tú, de vos a you, etc.) con la gente del todavía hoy llamado «primer mundo», y no solo competir, Oh Amado Capital, sino también —¿por qué no sobre todo?— colaborar y co-crear.
Blog de Carlos: https://www.lectordislexico.net/
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